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Dos tumbas en el cementerio local Imprimir
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Lunes, 13 de Abril de 2020 07:31
Por Prof. Alberto Orga
 
A 109 años y en homenaje a Irineo Ardiles y Eusebio Fernández, los dos primeros policías muertos en Rivadavia en cumplimiento del deber y que descansan en el cementerio local.
 
Era una neblinosa mañana de 1911, cuando el Agente Matto, encargado del Destacamento de San Mauricio, llegó a la Subcomisaría de América. La galopeada había sido terrible, el caballo aguantó hasta lo de Hillcoat y allí le prestaron una petisa mansa que tenían en el casco de la estancia, a la que usaban de nochera, o para andar los chicos. Causaba un poco de gracia ver a semejante hombretón atando en el palenque del rancho de chorizo, que hacía de edificio policial, a la picaza de los Hillcoat.
 
En el mismo instante que terminó de pasar la rienda por el cogote de la yegüita, el hombre se desplomó. Estaba herido.
 
Corrió el cabo Fernández, que estaba a cargo, y observó que era una herida fea, lo hizo llamar, a Lugones para que lo atendiera, y le impuso a Irineo Ardiles que lo acompañara.
 
Ardiles era un milico nuevo pero guapo, lo había demostrado el mes pasado en el boliche de Rivas en un entrevero con dos "mamaos" del que salió airoso. Un poco descuidado para el gusto de Fernández, pero corajudo al fin.
 
Fernández era otra cosa, precavido, astuto, cuidadoso, un hombre hecho en la milicia, conocedor de los campos y de la gente como ninguno. Su aspecto aindiado lo hacía temible. Su padre había llegado de España cuando era muy pequeño y terminó trabajando en la zona en la construcción de la Zanja de Alsina. Tenía cuatro yuntas de caballos y había conseguido una contrata. Era bueno en el manejo de la pala de buey.
 
¡El Gallego Fernández! Se casó con una india pícara y linda y nació Eusebio, igual que el abuelo, el que quedó en Santiago de Compostela, el otro, el padre de su madre, murió en una "maloniada".
 
En eso pensaba el Cabo Fernández mientras se acercaban al boliche "La Gaviota", cerca de La Pampa.
 
Los veinticuatro caballos robados pastaban mansamente en una ensenada, estaban sudados todavía, no hacía mucho que habían llegado. Se acercaron un poco más, a lo que parecía un rancho enterrado de los que se construían unos años antes.
 
Ni se dieron cuenta cuando se corrió la única chapa del techo. Se escuchó el "Winchester" y el ruido sordo de Ardiles al caer sin decir nada, sobre unas pajas bravas. Al encontrarlo Fernández con la mirada se dio cuenta que estaba muerto. Él sabía que era un poco descuidado, pero nunca pensó esto. Allí advirtió la total soledad en que se encontraba, su compañero muerto, su caballo espantado por el ruido del disparo, y solo él, con su revólver, un Colt que la semana pasada le habían mandado de Trenque Lauquen, cuando se repartieron algunas armas, de las que todavía quedaban en La Comandancia y que pertenecieran a la gente del Toro Villegas.
 
Apuntó cuidadosamente esperando el momento en que el matrero apareciera. La tarde iba cayendo suavemente, el sol en el oeste desaparecía enrojeciendo el cielo. La Pampa era la imagen de la calma. Sólo ellos dos, transpirados por las circunstancias, matrero y milico. Un lechuzón voló, quizá asustado por algún matungo juguetón que lo hurgueteaba. Emitió un sonido como anticipando la tragedia. A Fernández, no le gustó la cosa.
El disparo fue rápido y certero, pero en vano; le había movido la chapa el muy ladino. Nuevamente movimientos y el intento de disparo, pero esa porquería de revólver que se atrancó. Justo a él le viene a pasar, el más precavido, no probar el arma.
 
Advertido el matrero de la circunstancia salió al ruido de las espuelas que ni siquiera había tenido tiempo de sacarse. A unos diez metros le apuntó cuidadosamente con su arma, mientras Fernández salía despedido hacia adelante como una tromba cortando el aire con su facón alzado hasta llegar al cuero cabelludo de su adversario.
 
El disparo le dio en medio del pecho. Cayó muerto, pero pensando; "Veinticuatro caballos, nada más, es eso lo que valgo".
 
De notas publicadas en "El Independiente", Abril de 1911.
Archivo Histórico de Rivadavia. Partes diarios de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
 
  Dos tumbas en el cementerio local