Premian a una científica del Conicet por sus estudios sobre el ciclo de carbono Imprimir
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Sábado, 24 de Marzo de 2018 00:07
Fue distinguida en París con el "L'oreal-Unesco Por las mujeres en la ciencia". Es estadounidense, pero se enamoró de la Patagonia hace 20 años y se nacionalizó argentina. 
 
El día que partió la misión Apolo 11, que haría que el hombre ponga un pie en la Luna por primera vez, el papá de Amy llevó a sus cinco hijos a observar el lanzamiento desde el techo. Ver los ojos chispeantes de ese ingeniero contratado por la NASA ante lo que –ella no lo sabía en ese entonces- marcaría un hito para la humanidad, y las interminables horas de juego al aire libre en el estado de Florida, adonde se habían mudado cuando ella tenía apenas dos años, gestaron el amor por la ciencia y la naturaleza de esta investigadora del Conicet que hoy brilla ante un auditorio colmado en París que la aplaude al recibir el “Premio L’oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia”.
 
Vestida de gala, Amy recibió el galardón en la sede de la Unesco, en París.
 
Amy Austin nació y estudió en Estados Unidos. Consiguió una licenciatura en Ciencias Ambientales en Oregon y un doctorado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Stanford. Pero las claves que aportó para entender cómo funciona el ciclo de carbono las descifró a través de su trabajo en la Patagonia, que la flechó hace 20 años, cuando llegó para encarar una beca post doctoral. Se nacionalizó, estudió español, el Conicet la abrazó, comenzó a dar clases en la facultad, se enamoró de un científico argentino ("Te quiero, Carlos", le dijo en español durante su discurso de agradecimiento) y -aunque viaja con frecuencia al exterior- nunca más se fue.
 
 
"No hay que estar en un laboratorio 24 horas por día para hacer ciencia", subraya la bióloga que se enamoró de la Patagonia.
 
Esta es la vigésima edición del programa L’oréal-Unesco, que cada año premia a cinco mujeres de cinco regiones, que fueron distinguidas este jueves en la sede de la Unesco, en una París gris y helada, en la que todavía no hay noticias de la primavera. “La investigación de la profesora Amy Austin en el sur de la Argentina llena las lagunas cruciales en el conocimiento sobre la descomposición de las plantas y la fertilidad del suelo. Su trabajo ha llevado a la comunidad científica por nuevos caminos, siguiendo nuevas hipótesis, y ayudará a administrar y conservar mejor los ecosistemas afectados por el cambio global”, destacó un jurado de excelencia, presidido este año por la profesora Elizabeth Blackburn, ganadora del Premio Nobel de Medicina en 2009.
 
La investigación de Austin y su equipo se enfocó en entender cómo funciona el ciclo de carbono en los ecosistemas terrestres y cómo impacta la actividad humana en ellos. Cuando empezó a investigar, la idea prevaleciente era que la descomposición biótica (de los microbios y la fauna) dominaba ese ciclo. “Hay varias cosas que pueden afectarlo. Hay controles. Nuestro interés estuvo puesto en ver cómo las lluvias afectan el intercambio de carbono de la atmósfera a las plantas, de ellas a los animales y luego de nuevo a la atmósfera. Se trata de un reciclaje crítico, porque si él no habría vida”, explica a Clarín la investigadora del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA)-Conicet, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires.
 
Amy Austin durante la exposición de su trabajo en la Academia de Ciencias.
 
El trabajo que había hecho en Hawai para su doctorado le despertó el interés por seguir investigando en zonas con gradientes naturales. La Patagonia se convertía así en un gigantesco laboratorio a cielo abierto, ideal para sus experimentos. Es que las precipitaciones van disminuyendo al alejarse de la cordillera. “Era el lugar perfecto para poner a prueba los controles de la lluvia”, cuenta. “Creíamos que en el desierto la descomposición hacia la atmósfera sería muy lenta por la escasez de agua. Sin embargo, observamos que el reciclaje se hacía a una velocidad muy rápida. No podía explicarse ni por la lluvia, ni por los microbios, ni por los bichos del suelo. Encontramos que el responsable era el sol, algo que nadie había identificado antes”, precisa.
 
 
Amy es la quinta científica que recibe el premio internacional por Argentina.
 
Austin descubrió que en el material senecente que cae de las plantas (la hojarasca o broza) la radiación solar provoca una especie de cortocircuito en el ciclo de carbono que hace que el CO2 y el nitrógeno se liberen directamente en el aire, sin biodegradarse en la superficie del suelo. “Fue la primera investigadora en demostrar, en 2006, que la radiación solar es el proceso dominante que controla la pérdida de carbono en los ecosistemas semiáridos”, destacan sobre el trabajo que la llevó a obtener el premio de 100 mil euros. “Creíamos que el reciclaje era controlado por las plantas y el agua. Y encontramos que lo más importante era el sol –sostiene la investigadora-. Cambió la forma en la que pensábamos que funciona este ciclo tan importante para la vida. Entender cómo funcionan los sistemas ayuda a medir el impacto de los humanos en los ecosistemas y nos permite tomar decisiones informadas para minimizarlo. Estamos haciendo cambios que son reversibles, y otros que no y son dramáticos.”
 
Vive en Argentina hace 20 años, se casó con un científico y da clases en la Facultad de Agricultura. (Jolie para L’Oréal Argentina)
 
Por ese hallazgo, la científica se convirtió en la primera ecóloga en ser laureada desde 1998, año en que empezó a entregarse el prestigioso galardón. “Es importante. Refleja la idea de que la ecología y la preocupación por el medioambiente están cobrando interés y tiene que ver con el cambio global que se está dando a raíz del cambio climático. Más allá del honor personal por haber ganado el premio, es una alegría muy especial que estos temas empiecen a tener más presencia”, dice Austin, que pidió a los organizadores del premio que la foto que acompaña su biografía se la tomaran en el Sur, en pleno trabajo de campo. “Puede servir para que las jóvenes vean que este también es un camino. No hay que estar en un laboratorio 24 horas por día para hacer ciencia”, sostiene la mujer que agradece a su profesión la posibilidad de "seguir jugando afuera”.
 
Dos días antes de la premiación, al finalizar su exposición en la Academia de Ciencias (en París, adonde la acompañó Clarín), proyectó una foto de la Patagonia: “Acá es donde trabajo”, contó al auditorio. También hizo un reconocimiento para su grupo de investigadores.
 
Amy Austin prueba sus innovadoras ideas con experimentos simples que requieren baja tecnología.
 
Afirma que nunca se sintió limitada para hacer ciencia por su condición de mujer, pero considera que se necesita avanzar más en términos de equidad. “Todavía hay elementos sociales que ejercen mucha presión y que generan obstáculos indirectos en relación a los hombres. Y la mayoría de las mujeres siguen sin llegar a lugares jerárquicos. Las cosas van cambiando, pero no tan rápido como a una le gustaría ver”.
 
Vive en el barrio de Devoto, pero su paisaje favorito es el del Parque Nacional Lanín, en Neuquén. Simpatizante de Boca y admiradora de Juan Martín Del Potro, no tiene planeado volver a Estados Unidos. “Toda mi vida está en Argentina”, confiesa. En la costa oeste de su país natal quedaron su familia y muchos amigos, a los que visita cada vez que puede. Su papá, el hombre fascinado con la Luna, está orgulloso de los logros de su hija. “Ese es el premio más grande. Mi impresión es que cree que voy a salvar el mundo –suelta y ríe-. Y no voy a lograrlo, pero estoy haciendo una contribución.”
 
Las otras cuatro laureadas fueron Heather Zar (Sudáfrica), por sus investigaciones en Pediatría; Mee-Mann Chang (China), por sus estudios en Paleontología; Caroline Dean (Reino Unido) por sus investigaciones en biología molecular y Janet Rossant (Canadá), por sus estudios en Biología del desarrollo.
 
Las otras cuatro laureadas fueron Mee-Mann Chang (China), por sus estudios en Paleontología; Heather Zar (Sudáfrica), por sus investigaciones en Pediatría; Caroline Dean (Reino Unido) por sus investigaciones en biología molecular; y Janet Rossant (Canadá), por sus estudios en biología del desarrollo.