Es sábado por la noche, estoy preparando la cena y los chicos ya empezaron con los lamentos: que truena, que se viene la tormenta, que mañana seguro no vamos a poder ir a Sansinena a comer el asado a lo de los abuelos. Y puede que tengan razón. Porque todos sabemos que, cuando llueve, el camino se pone bravo. Ahí no hay discusión posible: depende de cuántos milímetros caigan.
Por Dario Fernández
En Sansinena no necesitamos el canal del tiempo ni el radar de la tele, ni aplicaciones. Acá el estado del camino se mide con otro algoritmo: el de la Mirta.
Hace ya doce años que, bien tempranito, antes que los perros terminen de desperezarse, la Mirta sale al patio con la taza del café con leche en la mano y las pantuflas puestas. Ahí está su pluviometro, erigiéndose en medio del pasto prolijo, rodeado de malvones y comederos para los pajaritos vagabundos que ya la conocen y que apenas la ven salir, se le arriman a ver qué dice el aparato.
Entonces la Mirta se acomoda los anteojos, mira con cara seria, y anota en su cuadernito: “Veinticuatro milímetros hasta las siete y cuarto”.
Mira la cola del molino que está frente a su casa y entrecerrando un ojo como para apuntar mejor calcula la dirección del viento. Entonces agrega en su cuaderno: “Probabilidad de que el camino de Condarco esté pesado.”
Y listo. Con esa información medio pueblo decide si arranca o no.
Porque no es joda: una lluvia de más y quedás enterrado hasta el eje.
En Buenos Aires revisan el tránsito, el subte, los colectivos. Nosotros revisamos el muro de la Mirta.
Y si un día no publica temprano, mamita… se desata la incertidumbre total:
“¿Se habrá roto el pluviometro?”, “¿Le habrá agarrado viento el posteo?”, “¿O estará esperando a ver si suma un milímetro más?”
La cuestión es que, sin quererlo, la Mirta se volvió el Servicio Meteorológico oficial de Sansinena – y la zona –, con base de operaciones en su propio patio y reporte diario para todo el pueblo.
Y si alguna vez dudás del dato, mejor quedate en casa… porque la Mirta no se equivoca.