En cada fiesta, para muchas personas la alegría se mide en luces y estruendos. Pero para otros, esos mismos ruidos significan miedo, dolor y sufrimiento. A pesar de que hay una ordenanza vigente que prohíbe la venta y el uso, América volvió a sentir los fuegos de artificio y estruendo en la madrugada de navidad
Los fuegos artificiales de estruendo afectan gravemente a los animales, que no comprenden qué está ocurriendo. Perros y gatos entran en pánico, tiemblan, intentan escapar, se lastiman, se pierden o incluso pueden morir por ataques cardíacos. Su oído es mucho más sensible que el nuestro, y lo que para algunos es “diversión”, para ellos es terror puro.
También sufren los bebés y niños pequeños, cuyo sistema nervioso aún está en desarrollo. Los ruidos fuertes y repentinos pueden provocar llanto inconsolable, crisis de angustia, trastornos del sueño y un estrés innecesario en una etapa clave de su crecimiento.
Los adultos mayores tampoco quedan afuera. Muchas personas de edad avanzada padecen problemas cardíacos, presión alta, ansiedad o demencia. Los estruendos pueden desorientarlos, causarles sobresaltos peligrosos y afectar seriamente su bienestar físico y emocional.
Y especialmente, los fuegos de estruendo son muy dañinos para las personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA). La hipersensibilidad auditiva hace que estos ruidos sean vividos como una agresión extrema, provocando crisis, miedo, dolor físico y emocional. Para muchas familias, las fiestas dejan de ser un momento de celebración y se convierten en horas de angustia.
Celebrar no debería implicar que otros sufran. Existen alternativas sin ruido, igual de lindas y más inclusivas. Elegir festejar sin estruendos es un acto de empatía, respeto y amor por quienes no pueden defenderse ni elegir.
La verdadera alegría es la que incluye, no la que lastima.
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