Un repaso de la carrera del emblema de Estudiantes de La Plata y pieza fundamental en la segunda copa del mundo que conquistó la selección argentina
Por Sergio Levinsky
Cuando a los 23 minutos del primer tiempo miró de reojo que el arquero alemán Harald Schumacher había salido un poco a destiempo y se elevó para cabecear apoyado en Diego Maradona tras un centro perfecto desde la derecha de Jorge Burruchaga, el Tata aún no podía tomar consciencia de lo que sucedería poco después como consecuencia de esta acción. “Ese gol me cambió el documento. Pasé a ser José Luis Brown, el que hizo el gol en la final de la Copa del mundo”.
El Tata Brown, fallecido exactamente hace un año a causa de una enfermedad neurodegenerativa, terminó siendo uno de los héroes de aquella final que coronó a la selección argentina como campeona del mundo por segunda vez, porque se sumó otro hecho que le agrega valor a su participación y al triunfo. Tras chocar con el gigante germano Dieter Hoeness en el segundo tiempo, se le luxó el hombro y debió ser atendido por el doctor Raúl Madero, a quien le advirtió que “ni se le ocurra sacarme, no salgo ni muerto. Pasé por momentos muy difíciles para llegar hasta acá”.
Brown entonces mordió su camiseta número cinco (hoy, una pieza de colección de las más sagradas del historial futbolero nacional), hizo un agujero e insertó allí el dedo gordo de su mano derecha, y así aguantó hasta el final del partido.
“Le decíamos “caballo” porque era un animal. Ahí cuando se luxa el hombro nos acercamos para preguntarle pero (Carlos) Bilardo lo conocía, y no preparó a nadie para entrar porque sabía que él no iba a salir. Y aunque no faltaba mucho para el final, eran los peores momentos porque pusieron toda gente alta para cabecear”, recordó su compañero de la defensa, Oscar Ruggeri, emocionado, pocas horas después del fallecimiento del Tata, cuando contaba con 62 años.
Aquello que Brown sintetizó como “momentos difíciles” que había tenido que atravesar hasta llegar a jugar una final de un Mundial y ganarlo, pueden referirse a una larga historia que comienza en su pueblo de Ranchos, a 83 kilómetros de La Plata, donde nació un 10 de noviembre de 1956 y fue parte de un hogar muy humilde. Su padre trabajaba en un almacén de ramos generales, su madre era empleada doméstica y él compartía con sus dos hermanos una habitación separada de la cocina por una tela, mientras tres de las comidas diarias las hacía en la escuela.
Fanático de Boca –donde llegó a jugar en 1985- en sus orígenes, fue cambiando su afecto hacia Estudiantes por una posibilidad que tuvo de conocer el viejo estadio de 1 y 57 en una visita a La Plata. Allí llegaba para entrenarse en el club pincha muchas veces haciendo dedo, y otras, tomando el ómnibus de las 5,20 de la mañana. Ya para ese entonces trabajaba en el diario La Palabra en las secciones de composición e impresión.
Para muchos, a partir de la pronunciación del director técnico que más lo marcó en su carrera, Carlos Salvador Bilardo fue “Bron”, y si su hijo Juan Ignacio (que también fue defensor y luego entrenador), el origen del apellido “probablemente sea irlandés”. Hay quienes sostienen que su familia es descendiente directo de James Brown, un marino escocés que llegó de Greenock a la Argentina en 1825 y que fue antecesor de la saga de los siete hermanos Brown que jugaron para la selección argentina y para Alumni a principios del Siglo XX.
Ruggeri contó en el programa de Fox Sports en el que trabaja, algo que ocurrió el año pasado en el velatorio de Brown y que lo impresionó. “Cuando entramos a donde estaba el cajón, había una señora con muletas que no se movió de su lado hasta que lo cerraron. Era la persona que cuando el “Tata” llegó de Ranchos a La Plata, lo tuvo en una pensión y le daba de comer, porque él tenía muchos problemas, era muy humilde”.
Su amor por Estudiantes era total. Ruggeri cuenta que durante las concentraciones con la selección argentina “hablaba todo el tiempo del Pincha”. Ya en los últimos años, cuando ya no se encontraba bien de salud, fue a dar una charla en la que manifestó que Estudiantes “es todo para mí. No sería quien soy sin Estudiantes” y lloró desconsoladamente y tuvo que ser rescatado por su mujer.
Uno de sus mejores amigos fue Patricio Hernández, a quien conoció en el club. “Yo le presenté a la que fue madre de sus dos primeros hijos. Compartimos la pieza de la pensión, los sueños de jugar en Primera. Cuando debuté en 1974, él fue el primero que me felicitó cuando bajé la escalinata del viejo estadio. Cuando llegué en 1972 a Estudiantes él hacía poco que estaba y fue uno de los que me sirvió el primer plato de comida porque la tradición era que tres chicos le servían a los que venían como nuevos desde el interior, y nos hicimos amigos”. Hernández sostuvo que el año pasado “se murió un hermano, un familiar, que es lo que para mí fue José Luis”.
En 1996, cuando Hernández dirigía a Bánfield y Brown era su ayudante, tuvieron que viajar a México DF para jugar allí y se le ocurrió una idea: “Justo se cumplían los diez años del título del mundo y le digo al utilero “prepará todo que le vamos a dar una sorpresa al Tata”. Le dije que me acompañara, que tenía que ir a saludar a un amigo, y cuando ya íbamos por la calle que sale al estadio Azteca me decía “No, no, no…se me pone la piel de gallina porque por acá íbamos hacia el estadio con la selección argentina”. Yo había hablado con el intendente, nos hizo pasar a la cancha y revivimos el gol en el césped, nos contaba dónde había tirado el centro Burruchaga, en qué lugar justo él había cabeceado. Éramos el utilero, él y yo. Ese fue el regalo que le hice y que compartimos. Fue mágico”.
Las vueltas de la vida quisieron que con apenas 18 años, Brown tuviera como director técnico a Carlos Bilardo, quien lo hizo debutar el 16 de febrero de 1975 en una ocasión especial: Estudiantes visitaba nada menos que al renovado River de Ángel Labruna, en la primera fecha de ese campeonato Metropolitano que los Millonarios ganarían luego de 18 años sin títulos, pero que chocarían contra el sólido entramado albirrojo para un decepcionante 0-0, el único empate en varias fechas porque luego llegaría una seguidilla de triunfos y una larga ventaja a sus perseguidores.
En aquel equipo de Estudiantes, el muy joven marcador central José Luis Brown tenía como compañeros al arquero Oscar Pezzano, los laterales Rubén Pagnanini (luego campeón mundial 1978) y, Franco Frassoldati, a los veteranos volantes Carlos Pachamé y Carlos García Ameijenda, y un ataque compuesto por Rubén Galetti, Miguel Angel Benito y Juan Ramón Verón. En el Nacional siguiente, del mismo año, ese Estudiantes pelearía palmo a palmo con River por el título, que volvería a quedar en manos de los Millonarios.
Desde 1982 fue designado capitán por el propio Bilardo, que pudo armar un gran equipo a partir de la venta al Torino de Italia de Patricio Hernández, y obtuvo el torneo Metropolitano, y para el Nacional siguiente, en 1983, volvió a ganar el título con Eduardo Luján Manera, cuando el Narigón se fue a dirigir a la selección nacional. Brown marcó un gol decisivo en ese torneo, ante Vélez, y de cabeza, y tras dar la vuelta olímpica, se fue a jugar al Atlético Nacional de Colombia. En Estudiantes marcó un total de 27 goles.
Tras varios años de preparación con la selección argentina, ingresó en la lista definitiva de los 22 jugadores para el Mundial de México 1986. “Ese día hicimos una fiesta con mi familia”, recordaba Brown, quien otra vez tuvo que atravesar situaciones complicadas. Tras haber jugado en Atlético Nacional de Colombia, tuvo un paso corto por Boca en 1985 y por Deportivo Español en 1986, pero quedó libre, no tenía club, y con una rodilla en mal estado por una lesión durante un partido amistoso ante Uruguay en 1984, y aún así, Bilardo confiaba en él, con mucha prensa que criticaba esta decisión del entrenador.
Desde Ranchos a La Plata, Brown tuvo que atravesar peripecias, no menos esfuerzo significó empezar a ser convocado para la selección de Bilardo. En pleno invierno, a las 8,30 de la mañana ya los jugadores se estaban entrenando en el predio de Ezeiza, lo que para el Tata significaba viajar ida y vuelta cada vez desde la ciudad de las diagonales hasta cerca del aeropuerto por el Camino de Cintura, para regresar a su casa porque no contaba con una vivienda en Buenos Aires.
“Las temperaturas eran muy bajas y más a esa hora y nosotros sólo usábamos un buzo por lo que nos poníamos las capuchas mientras corríamos, pero un día Bilardo se nos puso atrás, nos dio indicaciones y cuando nos preguntó luego qué nos había dicho, casi nadie lo había escuchado así que un día vino y sin decirnos nada, cortó todas las capuchas para que lo escucháramos. Y lo peor es que esos buzos se iban encogiendo con los lavados y cada vez nos tapaba menos del cuerpo”, recordó Ruggeri, con una sonrisa.
José Luis Brown DT de Almagro
Brown no había sido tampoco titular durante el sufrido proceso de clasificación al Mundial, resuelto minutos antes del final del último partido ante Perú con una corajeada de Daniel Passarella, no sólo titular sino uno de los pocos que ya había sido campeón mundial en 1978 (otro era Ubaldo Fillol, que luego no viajaría a México). Sin embargo, Passarella se intoxicó, y Brown se enteró en la mañana del partido debut de la Selección ante Corea del Sur que sería titular, con Ruggeri y José Luis Cuciuffo de stoppers. El “káiser” luego sería internado y como compartía habitación con Brown en la concentración de “Las Águilas” del América, el “Tata” transcurrió muy buena parte del Mundial, sin compañero de cuarto.
“Con todas las limitaciones que teníamos (durante el Mundial de Rusia 2018, rememoraba con fotos en su teléfono celular, junto a Jorge Valdano, y con este periodista como testigo, las goteras que caían en esas habitaciones de la concentración, con camas que a veces eran muy cortas para los jugadores más altos), el Tata era nuestro líbero y sabía todo lo que teníamos que hacer y nos hablaba si teníamos que ir para la izquierda, para la derecha. En eso era un crack, pero claro, lo tuvo a Bilardo desde chico, que le enseñó todo”, recordó Ruggeri. Brown jugó 39 partidos con la camiseta albiceleste.
Tras la gloria del Mundial de México, Brown pasó a jugar en el Brest de Francia en la temporada 1986/87, luego en el Murcia entre 1987 y 1989, y en Racing Club hasta 1990, y aunque siguió siendo convocado a la selección argentina, no pudo llegar al Mundial de Italia 1990 y quedó afuera del último corte junto a Valdano, y si bien aceptó primero jugar para Lanús, que lo dirigía su amigo y ex compañero de estudiantes Miguel Ángel Russo, un día que se dirigía al entrenamiento se dio cuenta de que no daba para más, y emprendió el regreso a su casa. Había decidido retirarse.
Luego llegó su etapa como entrenador, con pasos por Los Andes en el Nacional B, junto a su amigo Nery Pumpido, fue ayudante de campo de Carlos Bilardo en Boca en 1996, dirigió a Almagro en 2000 junto a otro campeón del mundo, Héctor Enrique, pasó por Nueva Chicago, Blooming de Bolivia, volvió a las divisiones inferiores de Estudiantes cuando Bilardo era el DT, Atlético Rafaela, Almagro, Ben Hur (Rafaela), Ferro, y volvió a las selecciones argentinas para ser ayudante de campo de Sergio Batista con el título olímpico de Pekín en 2008 y fue subcampeón sudamericano dirigiendo al sub-17 que logró clasificarse al Mundial en 2009, para terminar su carrera en Ferro en 2013.
Télam 29/03/2018 Buenos Aires: El ‘Tata’ José Luis Brown , durante la presentación del Tour de la Copa del Mundo de la FIFATM de Coca-Cola realizada en el predio de la Afa en Ezeiza, del que particparon varios ex jugadores de las distintas selecciones de Argentina.
Su vínculo con la selección argentina siempre se mantuvo. En cada comienzo de una etapa, solicitaba el teléfono del nuevo director técnico para desearle éxito.
Su hijo Juan Ignacio destaca a Infobae que con su padre “teníamos muy buena relación, éramos muy compinches” y que si bien le dio algunos consejos porque también él era defensor (llegó a jugar en Estudiantes) “especialmente sobre las marcas, cómo saltar a cabecear aprovechando cuando la pelota está en el punto más alto”, también resalta que “no era invasivo”.
Cuando ya estaba muy mal de salud, pidió que sus restos descansen en el country de Estudiantes en City Bell.
“Fue un compañero de mil batallas. El día de su velatorio, yo le hablaba al cajón y le decía “Bueno, Tata, ahora cuidanos a nosotros desde arriba”, pero con un dolor en el alma porque era un tipo bárbaro, de primera, buena gente y amigo, hemos visto crecer a sus hijos porque somos muy unidos, pasamos Navidades juntos y pasamos por tantas cosas… y no merecía esta enfermedad de mierda, y tan joven”, se lamentó Ruggeri, en un largo monólogo en Fox Sports, al día siguiente de la muerte del Tata Brown.