La Ruta Nacional 33 se extiende como una cicatriz gris sobre el mapa bonaerense y santafecino. Une pueblos, traslada cosechas, conecta ciudades y sostiene, a duras penas, el pulso productivo de una vasta región agrícola. Pero en el asfalto resquebrajado, roto, lleno de pozos y en sus banquinas desparejas late una realidad que nadie puede negar: transitarla es jugar una ruleta rusa
El relato de quienes la recorren a diario es unánime. “Salís de tu casa sin saber si vas a volver”, dicen los camioneros en las estaciones de servicio, donde el café compartido se mezcla con la angustia. Porque la 33 no es solo una ruta: es una sucesión interminable de cruces peligrosos, pozos enormes, curvas mal señalizadas y sobrepasos forzados en una calzada demasiado angosta para el volumen de tránsito que soporta y tras eso, toda rota.
La historia de la 33 también se mide en tragedias. Cruces floridos al costado del camino recuerdan a las víctimas de choques frontales, vuelcos o despistes. Familias destruidas, vidas cortadas de golpe. Cada semana, la ruta suma nuevos nombres a una lista de dolor que parece no tener fin.
Este miércoles cerca de las 16 horas viajando hacía la ciudad de Trenque Lauquen por un turno médico que tenía mi esposa, un pozo que más que pozo es un cráter, rompió una rueda y la llanta de nuestro auto y por suerte pude maniobrar y frenar en el páramo sin sufrir quienes viajábamos en el automóvil lesiones y eso ya es de agradecer a Dios.
Vecinos, intendentes y organizaciones sociales han elevado reclamos durante años. Se habló de autopista, de obras de ampliación, de mantenimiento integral. Hubo anuncios rimbombantes y promesas electorales, como las hechas a lo largo de los gobiernos democraticos de Menem, De La Rúa, Néstor, Cristina, Macri, Fernández hasta llegar al actual de Milei por parte de funcionarios o seudo funcionarios que se llenaron la boca hablando del arreglo y no olvidaron las fotos de rigor. La realidad es la misma: la ruta sigue siendo un camino de una sola mano, devorado por camiones cargados de soja y trigo, por colectivos repletos de pasajeros, por autos que arriesgan todo en un sobrepaso.
En este corredor vital para la economía bonaerense y santafesina, el olvido es letal. Mientras se postergan los proyectos, el tránsito aumenta, el pavimento se agrieta, se rompen y las banquinas se hunden. Y la Ruta 33, bautizada por muchos como “la ruta de la muerte”, sigue cobrándose víctimas silenciosas.
Porque en el fondo, lo que mata no es solo el asfalto en mal estado: mata la desidia, mata la falta de inversión, mata la indiferencia oficial. Y cada cruce adornado con flores marchitas es la prueba de que la deuda no es con la ruta: es con la vida de quienes la transitan.
Algunos aspectos que caracterizan a la 33
Calzada angosta y deteriorada: gran parte del trazado conserva un ancho insuficiente para el intenso tránsito de camiones, colectivos y autos, lo que obliga a maniobras riesgosas de sobrepaso.
Falta de mantenimiento: el asfalto presenta baches, grietas y deformaciones. En días de lluvia se vuelve aún más insegura por la acumulación de agua.
Tránsito pesado constante: al ser un corredor clave para la producción agroindustrial, soporta un altísimo flujo de camiones de carga, lo que incrementa el desgaste y los accidentes.
Escasa señalización y banquinas en mal estado: las banquinas suelen estar desparejas, blandas o directamente inexistentes, lo que agrava la peligrosidad en situaciones de emergencia.
Historial trágico: a lo largo de los años, la ruta 33 ha sido escenario de numerosos accidentes fatales, ganándose una fama oscura y recurrentes reclamos de vecinos y autoridades locales para su reparación o conversión en autopista.
En resumen, la Ruta 33 es considerada “una trampa mortal” por muchos conductores: un camino fundamental para la economía regional, pero olvidado en términos de inversión y seguridad vial.