Hace unos días, aprovechando un nuevo aniversario de la muerte de Juan Peron, subí a mis redes una foto en la que mostraba un pequeño libro de dibujos llamado “¿Dónde está Perón?” que un compañero le había regalado a mi hija Trilce. Aunque estoy acostumbrada a recibir todo tipo de agresiones en las redes sociales, nunca imagine que esta publicación en particular iba a tener la repercusión que tuvo.
En cuestión de horas mi nombre estaba entre las tendencias de Twitter. Un montón de cuentas me acusaban de promover el adoctrinamiento de niños y niñas, otras decían que era una mala madre por dejar que mi hija tuviera un libro como ese. Algunas incluso fueron más lejos y empezaron a difundir una fake news delirante: que el libro lo estábamos imprimiendo masivamente en el INADI para repartirlo en las escuelas.
Luego de 12 años como Diputada Nacional lo cierto es que tengo el cuero bastante duro con estas cosas. Ya me es habitual entrar a Twitter y encontrarme que dos o tres veces al mes mi nombre está en tendencias, siempre por cosas que son falsas o tergiversadas. Sé que mi figura es para ciertos sectores una figura a la que es fácil atacar, pero cuando utilizan a mi hija para hacer estas cosas es inevitable que me pregunte cual es el limite. ¿Qué tan lejos están dispuestos a llegar?.
Una respuesta a esa pregunta parece haber llegado este 9 de julio, cuando un grupo de manifestantes atacó violentamente un móvil de C5N. En medio del ataque, uno de esos manifestantes metió su cabeza a través de la ventana rota del móvil y le gritó al movilero palabras que creíamos extintas en el debate público de nuestro país: “vas a empezar a tener miedo”.
Creo que es hora de que empecemos a tratar estos episodios con seriedad. Esta democracia que construimos requiere de un debate público más serio, un debate público que no sea contaminado y corrompido constantemente por discursos de odio que nos retrotraen a nuestras peores épocas.
Las Naciones Unidas describen a los discursos de odio como “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son, sobre las bases de sus propias identidades”.
Algunos sectores políticos en la argentina han construido su base de representación con discursos de odio. Basta entrar a las redes sociales de ciertos dirigentes para ver como usan palabras como “kuka” como un ataque peyorativo hacia quienes adhieren a este gobierno. Esos ataques además están siempre acompañados de una cosmovisión de la argentina y la sociedad, una cosmovisión en la que ellos son blancos y europeos, los que pagan sus impuestos para mantener al resto; a los negros, a las mujeres planeras, a los inmigrantes de países vecinos.
En los medios, no son pocos los actores que utilizan estos discursos para inflamar a sus audiencias y conseguir uno o dos puntos de rating más. Decir cosas como que la vicepresidenta es el “cáncer de la Argentina” de pronto parecen normales y aceptables.
Estos discursos de odio han estado presentes siempre en nuestro país, pero en los últimos años se han visto incrementados por el poder de las redes sociales y también porque algunas figuras políticas han empezado a usar esos discursos políticamente dándoles “legitimidad” y visibilidad. Han empezado a sacar al odio del closet y con el odio siempre llega la violencia.
Cuando algunos advertimos sobre el peligro de los discursos de odio, nos responden que estamos atacando la libertad de prensa y la libertad de expresión, que queremos imponer políticas totalitarias de pensamiento único. Nada más lejos de la realidad; si para algo sirvió esta pandemia es para demostrar que es posible tener un debate político maduro en la Argentina. Todos los gobernadores y el Jefe de Gobierno porteño consensuaron con el presidente los pasos que se tomaron.
Por el contrario, los que intentan imponer una visión única y totalizante de la realidad son ellos, que a través de discursos incendiarios intentan dinamitar todos los acuerdos posibles y generan situaciones de violencia que ni ellos mismos pueden controlar después. Lo que pasó el 9 de julio es una pequeña muestra de eso.
La experiencia histórica de regiones como Europa nos muestran los peligros reales de estos discursos. El holocausto no nació de un repollo, antes de que sucediera circulaban en la sociedad europea muchos discursos de odio sobre los sectores que luego serían arrastrados a los campos de concentración.
La falsa dicotomía entre la libertad de expresión y la protección de los derechos fundamentales de la mayoría de la sociedad desaparece cuando analizamos esos ejemplos históricos. Ninguna sociedad que pretenda ser democrática e inclusiva puede permitir que aniden en su interior discursos de odio que luego pueden transformarse en graves episodios de violencia.
Empecé este texto diciendo que estoy acostumbrada a las agresiones y a los discursos de odio que me tienen como blanco, pero la verdad es que acostumbrarse a esto es muy peligroso. Estoy convencida de que es necesario dar un debate sobre los discursos de odio, ese es el camino correcto para poder seguir construyendo una democracia madura y estable, una democracia donde todas las voces y realidades sean escuchadas y tomadas en cuenta, una democracia igualitaria donde sean respetados los derechos de todas, todos y todes.
Pero también estoy convencida de que en esa democracia, aquellos que fomenten el odio, la intolerancia, la misoginia y la violencia política no pueden tener un lugar en la mesa. Por más contradictorio que suene, no podemos ser tolerantes con la intolerancia.
Via: InfoBae – Es hora de ponerle límites al odio