El ocaso de los zoológicos: ¿hay vida después del cautiverio?


El escándalo del zoo de Luján volvió a poner en agenda qué hay detrás del entretenimiento basado en el encierro animal. El mapa bonaerense.

Por Milagros Montone

Ir al zoológico ya no es como en los ‘90. Como tampoco lo es usar sacos de piel o tener como mascotas a pájaros enjaulados. Aunque de forma muy paulatina y un tanto arbitraria, el uso y abuso que hacemos de los demás animales es cada vez más cuestionado y el debate llega incluso al ámbito de la alimentación, donde se desatan las discusiones más acaloradas y se generan las mayores resistencias.

No obstante, la provincia de Buenos Aires cuenta todavía con 15 instituciones en su registro oficial de zoos, algunas aún bajo los estándares clásicos que rigen el cautiverio y otras convertidas -o en proceso de conversión- en bioparques, espacios que se presentan como modelos éticos por ser más amplios o estar mejor acondicionados, pero que continúan fomentando la exhibición de especies con fines lucrativos bajo eslóganes más amigables.

Su funcionamiento está regido por la Ley 12.238. De no cumplir con las pautas que determina la norma, el Estado puede aplicar multas de entre $1.000 y $50.000 y clausurarlos de forma temporal o definitiva. En caso de hacerlo, el responsable del lugar debe hacerse cargo de la alimentación, asistencia y destino de los animales. Si desobedece, la responsabilidad recae sobre la autoridad de aplicación de la ley, con los gastos a cargo del dueño del predio.

Vale decir que no solo los activistas por los derechos de los animales se proclaman antagonistas de estos establecimientos. Desde el Gobierno bonaerense, la Defensoría del Pueblo también manifestó estar “totalmente en contra de la existencia de los zoológicos y los ámbitos de encierro para animales” y su titular, Guido Lorenzino, habló de la necesidad de “entender a los animales como personas no humanas sintientes para eliminar todo tipo de sufrimiento”.

Este concepto resuena desde que la orangutana Sandra se convirtió en el primer animal reconocido como persona no humana y sujeto de derechos del mundo en 2014. Fue por medio de un fallo histórico de la Cámara de Casación Penal de Buenos Aires que le concedió un hábeas corpus, el recurso que permite que cualquier ciudadano comparezca ante a un juez para que se determine si es legal o no la privación de su libertad. Lo mismo ocurrió con la chimpancé Cecilia. Hoy, ambas viven en santuarios de Estados Unidos y Brasil.

Sandra vive en el santuario Center for Great Apes, en el estado de Florida

Entre la continuidad y el cierre está la transformación de los zoológicos en espacios de conservación y rehabilitación de especies para su posterior liberación, que también aporten fondos para mantener las áreas naturales donde se los alojará luego. Se habla así de la necesidad de proyectos combinados de conservación in situ, que son aquellos que se dan en los hábitats naturales de las especies, y ex situ, que tienen lugar fuera de él, como es el caso de los zoos.

Para la abogada y doctora en Derecho Silvina Pezzetta, sin embargo, “la idea primaria de conservación de los zoos como Arcas de Noé que mantienen especies mientras se recuperan territorios afectados para luego reintroducir animales ha sido abandonada hace mucho tiempo por impracticable” ya que, por un lado, “eso implica conservar la variedad genética y formar parte de programas internacionales” y, por otro, “a duras penas logran conservar sus poblaciones saludables del riesgo de la endogamia porque hay muchos límites para capturar nuevos animales de la naturaleza”.

“Por eso, la conservación ahora se entiende como la utilización de los animales cautivos como ‘embajadores’ que sensibilizarían al público para que los conozcan –no los verían de otra manera- y entonces cambien sus actitudes y ayuden a conservar sus hábitats”, detalló la también investigadora del CONICET a cargo del de la cátedra de Ética Animal de la Facultad de Derecho de la UBA.

Y agregó: “Hay algunos proyectos de bancos genéticos y ahora hay una tendencia hacia la combinación de conservación ex situ (muy criticada y estudiada como un fracaso en cuanto a sus aportes reales) y la in situ, y se habla de conservación pan situ. De todas maneras, en Argentina, la mayoría de los zoológicos no pudo más que conservar en el sentido mencionado: sensibilizar”.

En este sentido, según la especialista, los objetivos de educar, investigar y conservar que proclaman estos espacios se enmarcan dentro de un “discurso oficial” que han desarrollado luego de enfrentar críticas de movimientos animalistas durante los años 70 y 80. “No solo es reprochable por la injusticia a la que se somete a los animales en cautiverio y porque el currículum oculto de esta forma de educar es que los animales están a nuestra disposición. Por lo demás, muchos estudios muestran la ineficacia de los zoos para educar en este sentido y subrayan que quienes los visitan buscan meramente divertirse”, advrtió.

Zoológicos y bioparques en la provincia de Buenos Aires

A pesar de que suman cada vez más detractores, los espacios que exhiben animales en cautiverio siguen siendo elegidos como método de educación y entretenimiento para los más chicos. Sin ir más lejos, a principio de febrero, niños y adolescentes de las provincias de San Juan, Salta y Buenos Aires fueron invitados por el Gobierno nacional a visitar el parque acuático Aquarium de Mar del Plata, establecimiento que cosecha decenas de reclamos de proteccionistas, con piletas para animales marinos que en libertad podrían recorrer miles de kilómetros en la inmensidad del mar, irónicamente a escasos metros en esa ciudad costera.

Tanto el Aquarium como Mundo Marino proponen “encuentros” y exhibiciones con lobos marinos, pingüinos y delfines. El afamado predio de San Clemente del Tuyú, además, tiene entre sus “atractivos” a Kshamenk, quien encerrada desde 1992 se convirtió en un ícono que ha desatado intensas movilizaciones, lamentablemente aún infructuosas: es la única orca encerrada de toda Latinoamérica.

Kshamenk vive en cautiverio desde hace 28 años (Foto: Mundo Marino)

También figuran como establecimientos inscriptos bajo la categoría de “Zoológico abierto al público” en el Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerese Temaikén, el famoso bioparque de Escobar; Minotauro, en Castelli; La Máxima, en Olavarría; el Ecoparque de América, en Rivadavia; el zoológico de Batán, en General Pueyrredón; Yku-Huasi, en Malvinas Argentinas; Sierra del Tigre y Granja Los Pibes, en Tandil; Costa Salvaje, en General Lavalle; Aliwén, en Saladillo; y el Serpentario, en Tigre.

Sobre la diferencia entre zoológicos y bioparques, Pezzetta sostuvo: “Más que el nombre, lo importante es qué sucede en el lugar en que hay animales salvajes en cautiverio. Las preguntas relevantes son: ¿Pueden elegir cómo desarrollar sus vidas?, ¿son exhibidos?, ¿se lucra con sus vidas?, ¿el interés de quién se tiene en cuenta en la toma de decisiones?, ¿se los trata como individuos o como meros ejemplares o cosas al servicio de intereses diferentes a los de ellos mismos?”.

Lejos de un cambio de paradigma, el establecimiento que más reprobación genera actualmente es el Zoo de Luján. Días atrás y al igual que a principios de año, autoridades nacionales, provinciales y municipales comprobaron la presencia de animales hacinados y tigres y leones con collares de ahorque. Además, a pesar de que la ley 12.238 lo prohíbe, el predio promovió históricamente el ingreso a las jaulas para que los visitantes se tomen fotos con los reyes de la ¿selva?

El Ministerio de Ambiente nacional se presentará como querellante ante las reiteradas denuncias en el Zoo de Luján (Foto: Ambiente Nación)

“Es interesante observar que si bien han incumplido durante años la normativa que los rige e incluso trascendido casos que encuadran perfectamente en la ley penal de maltrato y crueldad animal 14.346, estos establecimientos continúen funcionando debido a la demanda que generan. Una demanda que en nada puede justificarse en el presente ya que someter a cautiverio al animal no humano y exhibirlo genera un perjuicio tanto físico como psicológico, además de continuar sosteniendo el prejuicio de que los demás animales existen para estar a nuestra disposición”, manifestó a este portal Matías Trufero, integrante de la organización Sin Zoo, que brega por el fin de estas instituciones a través de diversas manifestaciones.

En La Plata, la muerte de Pelusa en 2018, enferma tras medio siglo de encierro y a punto de convertirse en la primera elefanta del país en recuperar su libertad, conmocionó no solo a los vecinos de la capital bonaerense, sino también a miles de argentinos, que expresaron su tristeza a través de comentarios y homenajes en las redes sociales.

Pelusa iba a ser la primera elefanta del país en recuperar su libertad (Foto: Municipalidad de La Plata)

El lado B de estos casos emblemáticos, sin embargo, es que abren paso a la reflexión acerca de cómo estremecen ciertas historias más que otras cuando de explotación animal se trata. No es novedad que no todas las especies cuentan con el mismo nivel de respeto y consideración moral: de forma arbitraria y bajo parámetros culturales milenarios, perro y gato son sinónimo de mascota, vaca y cerdo de comida, caballo de entretenimiento y deporte; sin embargo, todos tienen la capacidad de sentir e interés por vivir, lo que promueve cada vez más debates en los que términos clave como “veganismo”, “antiespecismo” y “sintiencia” empiezan a resonar con fuerza.

El hecho de cerrar todos los zoológicos sigue siendo, de todas formas, controversial. Consultada sobre la factibilidad de esta idea, Pezzetta aseguró: “No solo es factible sino que es lo justo. Los cierres implican planificación y deben ser progresivos y eso significa que no deben reproducir animales, no ingresar nuevos animales y derivar a santuarios a aquellos que puedan serlo. Para el resto, el fin de la exhibición, que es la forma primaria de cosificación y una forma de relación indigna con ellos, y la mejora de las condiciones de vida en cautiverio hasta el máximo posible”.

“Los animales salvajes exhibidos en los zoológicos han nacido, en su mayoría, en cautiverio. No es posible liberarlos por esta razón, salvo en aquellos casos en que pueda hacerse una rehabilitación exitosa y un monitoreo de su adaptación al territorio. Pero en la enorme mayoría de los casos esto no es posible porque, además de no haber adquirido las habilidades propias para la vida en libertad, los animales de los zoos sufren una serie de patologías como las estereotipias que afectan su vida de forma permanente en muchos casos”, explicó.

Para Pezzetta, entonces, lo que debe hacerse es “reparar el daño en la medida de lo posible”, concepto que graficó con el ejemplo de la ya citada orangutana Sandra y también el de la elefanta Mara, enviada al Santuario de Elefantes de Brasil del estado brasileño de Mato Grosso hace solo algunos meses. A diferencia de los zoológicos, los santuarios no tienen fines de lucro ni promueven la exhibición de animales.

“El mensaje de los zoos es que los animales son cosas a nuestro servicio y que tenemos derecho a manejar sus vidas. Las vidas de los animales salvajes en cautiverio son miserables y la bibliografía al respecto del daño que causa éste es profusa y no deja lugar a dudas del daño que causan. Hay muchas otras formas de educar respecto del daño ambiental que nada tienen que ver con mantener estos centros de control total de animales salvajes que son resabios de otro tiempo y otra manera de ver el mundo que hoy está perimida”, concluyó la investigadora.


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