Por Guillermo Correa
Hoy, seguimos este viaje por la historia de mi querido Club Barrio Norte. Esta vez, el recuerdo nos lleva a una noche especial, allá por 1973, una de esas que quedan en la memoria de los que la vivieron para siempre: los 25 años del Club. Una celebración donde no faltó nada: trabajo en equipo, alegría, emoción… y la certeza de que ese lugar, esa esquina, era mucho más que un edificio: era parte de la familia.
Y como les conté, nos quedamos un rato en el patio charlando con el Vasco.
Nos sentamos al lado del bombeador que había ahí… ¿se acuerdan? La amena conversación tenía un solo sustantivo propio: el Club Barrio Norte.
En un momento se paró, fue hasta la cantina, me trajo una Coca-Cola en botellita de vidrio y me siguió contando cosas. Yo tenía unas monedas en el bolsillo, se la quise pagar y no hubo caso. El Vasco era así con los chicos: si no tenías plata, no te ibas con las manos vacías.
Mientras tomaba la gaseosa —bien fría, por cierto—, él recordaba con alegría lo que fueron los festejos de las bodas de plata del Club. Para ese entonces, Hermenegildo Nieto era el presidente y Pepito Lorences, el secretario. Nada podía salir mal. Ambos eran súper meticulosos.
Ese día, el barrio estaba alborotado. Los preparativos para la noche iban viento en popa. Se veía cómo toda la barriada ponía manos a la obra. Es que la Institución —esa que nació de la nada— ya cumplía 25 años y cada vez sumaba más simpatizantes.
La Panadería El Cañón, de Fernando Lorences, parecía una parte más de la sede. Iban y venían con cosas. Los canastos grandes con rueditas, repletos de pan, desfilaban por la vereda. La cuadra de la panadería se había transformado en la mesa de repostería para hacer la torta. Tenía que ser grande, ya que esperaban mucha gente.
Todas las chicas del barrio eran las encargadas de hacerla. Sí todas ellas. Se habían juntado para planificar todo en lo de Martita Rodríguez y en la sede. Mary Medeiro y mi mamá, Susana Gómez, fueron las encargadas de decorarla. Ellas iban a repostería a la Escuela Profesional y se daban maña para eso. Parece que la profesora Amanda Mandrini les enseñaba muy bien.
Los mozos eran toda gente del Trula. Los más grandes como Don Videla, Patita Sánchez y Julio Rodríguez marcaban el ritmo de los más jóvenes.
Entre ellos se podía ver a los hermanos Castro, Masca Caro, Ruso Litkowski, Ruso Russman, mi papá Carlitos Correa, Ricardito Velloso, los Vílchez, Néstor Després, entre otros.
El patio del Club estaba vestido de fiesta. Hasta los tablones tenían manteles: todo de punta en blanco. En fin, estaba decorado para la ocasión.
El encargado de la locución fue Cándido Marcaida. Silvia Tiberi de Nieto y Juancito Vidal tuvieron el honor de cortar la torta. Los chicos correteaban por todo el patio.
El Vasco recordaba muy bien ese día y me nombró a casi todos los que asistieron. Es que esa noche fue mágica, familiar y perfecta… como todas las vividas en esa esquina.
Porque el Club no era solo un edificio, era el alma del barrio. Un lugar donde cada festejo, cada esfuerzo compartido, cada anécdota fue dejando una huella en todos.
Hoy, al recordarlo estamos trayéndolo al presente, haciendo que siga vivo en nuestras charlas, en nuestras fotos, en nuestras historias.
Y así, cada vez que alguien diga “¿te acordás del Club cuando estuvo en la esquina del Vasco?”, el corazón de Barrio Norte vuelve a latir un poquito más fuerte.
Les dejo fotos de esa hermosa fiesta. Pronto vendrán más de otros eventos que tuvieron lugar ahí.