Maradona, como leyenda urbana de todo un pueblo


Una tarde invernal, en un pueblo de menos de 5 mil habitantes y en un estadio con cuatro pequeñas tribunas hechas con tablones de madera, el fútbol juntó a dos antagónicos números diez. Uno jugaba en una liga amateur, el otro ya había cautivado al mundo con su juego. Uno, el que jugaba en Argentinos de aquella localidad, dicen que era el mejor de su equipo. El otro era (es) el mejor futbolista de todos los tiempos. Uno, el de Argentinos, era Darío Lopardo que, mientras corría, lloraba de emoción, de alegría y de asombro por estar enfrentando a su ídolo de toda la vida. El otro, el ídolo, corría a su lado. Era Diego Armando Maradona.

Por Federico Bajo y Fernando Bajo

La escena ocurrió el sábado 3 de junio de 1995 en Carlos Tejedor, ciudad ubicada al noroeste bonaerense, y a la cual Maradona arribó en una avioneta, para disputar un partido de exhibición, tras haber pagado él mismo el viaje.

“Yo soy fanático de él. Cuando llegó la noticia de que iba a venir estaba enloquecido. No lo podía creer. A mi hijo le puse Diego por él”, cuenta Lopardo que hoy, 25 años después de aquel día, trabaja como ambulanciero. Tal era su amor por Maradona que previo al partido amistoso le pidió a su técnico dejar la camiseta número diez que usaba a menudo y ponerse la nueve. Lopardo sabía que su ídolo en algunos amistosos anteriores, en los últimos minutos de juego, tenía la costumbre de cambiarse de equipo con el diez rival y no quería perderse la oportunidad de jugar con él. Sin embargo, Diego nunca cambió de bando.

La llegada de Maradona a Tejedor se gestó en una concesionaria de autos. Allí se juntaban a charlar sobre fútbol y política un grupo de amigos entre los que estaba Luis Magnello, quien era secretario de Argentinos, y a ellos, a veces, se sumaba Marcelo Bottari, ex futbolista de Huracán de Parque Patricios que viajaba seguido a visitar sus campos que tenía en la ciudad bonaerense. Durante su estadía en Capital, Bottari cada tanto jugaba al fútbol 5 con Maradona, entre otros ex jugadores, y logró entablar una amistad.

—Es posible que llevemos a jugar a Diego a El Fortín de Olavarría un amistoso —les avisó Bottari.

—Pero, ¿cómo? ¿Por qué a Olavarría? —preguntó Magnello.

—Lo que pasa es que le vendo cereal a una empresa de allá, me hice amigo de dirigentes de fútbol y dijimos de hacer un partido para llevar a Maradona.

—No, dejate de joder. Traelo a Tejedor, ¿cómo lo vas a llevar a Olavarría? Traelo acá.

—Dejame ver, porque ya lo tenemos arreglado. Lo voy a conversar con él.

A la semana siguiente Bottari llamó a Magnello y le dijo: “Lo charlamos y le gustó la idea. Está entusiasmado así que va a ir a jugar a Tejedor”. Los dos clubes de la ciudad, Huracán y Argentinos, se unieron y comenzaron a preparar el evento.

Aquel Maradona que, acompañado por su representante Guillermo Coppola, viajó a 455 kilómetros de las luces de la Capital Federal, llevaba más de 11 meses -el 25 de junio de 1995 se cumpliría un año- sin disputar un partido oficial a raíz de la suspensión que le impuso la FIFA por resultar positivo en un control antidoping en el Mundial de Estados Unidos 1994. En ese lapso, el hombre de Villa Fiorito incursionó en la dirección técnica. Primero, el 3 de octubre de 1994 se transformó en el entrenador de Deportivo Mandiyú y luego, el 6 de enero del año siguiente, asumió como técnico de Racing Club, cargo que dejaría en mayo tras la derrota en las elecciones del hasta ese entonces presidente de la Academia, Juan Destéfano.

El encuentro en cuestión iba a realizarse el 25 de mayo, pero Maradona fue invitado a Mónaco para ver el Gran Premio de la Fórmula 1. Sin embargo, no olvidó su compromiso con su amigo Bottari y reprogramó el partido para el 3 de junio. Allí llevó su propio equipo para jugar, conformado por varios ex jugadores como el propio Bottari, Carlos Randazzo, Eduardo Papa y Carlos Torino, entre otros. Aquel grupo se había constituido a fines de 1994 para disputar en México el Mundial de fútbol rápido que, además de la presencia estelar de Maradona, contó con la participación de su hermano Raúl, conocido como Lalo, y la de otro ex futbolista, Juan Amador Sánchez. Este último fue quien organizó un encuentro para que el 6 de mayo del 95 Maradona juegue con ese equipo en Totoras, provincia de Santa Fe, y lugar de nacimiento de Sánchez. De la misma manera, en Tejedor, Maradona y sus amigos, que -a diferencia de Pelusa- viajaron en combi, salieron al campo de juego del estadio Hermanos García, que pertenece a Huracán, con una camiseta roja con detalles blancos en las mangas para enfrentarse a los dos equipos de la ciudad. El primer tiempo lo hicieron frente al local y el segundo contra Argentinos.

No obstante, hubo gente que no creyó que llegaba Maradona. El futbolista con más fieles en el mundo, por quien hasta fundaron la iglesia maradoniana, despertó suspicacias con la noticia de su arribo. Incluso, algunos de los futbolistas que jugaron ese día, tuvieron la certeza de que enfrentarían a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos recién cuando vieron a la avioneta en la que se trasladaba sobrevolar por Tejedor. “Estábamos cambiándonos en el club cuando escuchamos el avión y ahí recién nos convencimos de que venía Diego”, recuerda Bruno Rodríguez, en ese tiempo estudiante de veterinaria e integrante del plantel de Argentinos. El sentimiento que tenían él y sus compañeros no era diferente al del resto del pueblo. “Mucha gente no fue porque no creía, era algo impensado”, explica Gustavo Iglesias, uno de los centrales de Argentinos aquella tarde.

Muchos de los presentes ese día coinciden en que era inverosímil el hecho de que Maradona pudiera presentarse en ese lugar. Esto, sumado a que la presencia del ex jugador de la selección argentina se confirmó finalmente el jueves 1 de junio, dos días antes del partido, explica los motivos de que solo estuvieran presentes cerca de 3 mil personas a pesar de que, en esos tres días, un grupo de dirigentes repartió volantes en otras localidades vecinas como Pehuajó, América y Trenque Lauquen.

Las crónicas periodísticas sobre aquella tarde reflejan que, ante la escasez de tribunas, el público improvisó con camiones jaulas que hicieron de gradas. Todos buscaban un lugar de privilegio para ver a Maradona. Aunque los hinchas no eran los únicos. En la previa al partido, el buffet del club Huracán, que funcionó como sala de prensa, estaba repleto de periodistas de medios regionales que habían ido a cubrir el histórico evento.

Una vez dentro del campo de juego, el mundo giraba en torno a Maradona. “Cuando ingresó a la cancha íbamos todos trotando atrás de él para que nos fotografíen mientras entraba en calor. Incluso, en el momento en que estábamos por sacarnos la foto con el equipo, Maradona viene corriendo para sumarse y con un compañero nos abrimos para que quede en el medio de nosotros y Diego apoya la mano izquierda en mi pierna derecha. Todavía tengo esa foto recortada y en un cuadro en mi casa”, cuenta Rodríguez. El encuentro terminó 8 a 0 a favor del equipo de Maradona que derrotó por 4 a 0 a cada uno de los conjuntos locales, pero el resultado fue lo que menos importó.

“Para nosotros parecía que estábamos en otro mundo -apunta Iglesias-, lo mirábamos todo el tiempo a él”. Rodríguez ayuda a imaginar la dimensión de lo vivido: “Si hubiera sido en estos tiempos, habríamos jugado con el teléfono en la mano para sacarnos fotos y filmar”.

Para que la fiesta fuera completa, no podían faltar los goles del único futbolista de la cancha al que todos habían ido a ver. Por eso, los tejedorenses no quisieron dejar nada librado al azar. “Nuestro técnico nos dijo: ‘Hagamos que el espectáculo sea él’. Así que -relata Iglesias- nos pidió que le hiciéramos faltas cerca del área para que pueda patear”. Finalmente, Maradona -que esa tarde anotó tres tantos- tuvo un tiro libre al borde del área y puso la pelota en el ángulo izquierdo del arquero para que delire todo el pueblo. Casualidad o no, ese gol fue casi un adelanto de lo que se vendría en la vida de Maradona porque casi cuatro meses después, el 15 de octubre de 1995, en la cancha de Vélez y por la fecha 10 del torneo Apertura, vistiendo nuevamente la camiseta de Boca, convirtió ante Argentinos Juniors otra vez de tiro libre y desde una posición muy similar. La única diferencia es que en esta ocasión la pelota viajó al otro ángulo.

El partido se vivió como una fiesta. No solo los futbolistas cumplieron un sueño, los hinchas que se acercaron a la cancha también rememoran con emoción aquel día. José Merlotti, ex empleado del Banco Nación de Tejedor, es, quizá, el más afortunado de todos ellos. “Maradona se arrimó al alambre a charlar con nosotros como uno más. Tiene una humildad tremenda. Le habían comentado que yo salía a cazar cada tanto y me dijo si lo acompañaba un día. Un orgullo para mí, aunque nunca se concretó”, revela. Maradona no solo se tomó el tiempo para charlar con Merlotti, también se sacó fotos con los chicos que lograron ingresar al campo de juego. Y antes del encuentro, en la conferencia de prensa, elaboró una frase que, además de ser el título de la nota principal de la revista Esfera Deportiva, que realizó la cobertura del acontecimiento, dejaba en claro por qué había decidido viajar hasta aquel remoto pueblo: “Me gusta estar siempre en contacto con mi gente”. Debido a la cantidad de personas que querían estar, al menos por un momento, cerca de Maradona, un dirigente tuvo que entrar con su auto al campo de juego y acercarse hasta el túnel que conducía al vestuario para que pueda retirarse del estadio.

A pesar de que Maradona nunca más volvió a pisar Carlos Tejedor, en la ciudad en la que nació el mítico arquero Xeneize Hugo Orlando Gatti y murió en un accidente aéreo el piloto automovilístico Luis Di Palma, aún quedan vestigios de su paso: la camiseta que lució ese día.

Marcelo Bottari viajaba seguido a Carlos Tejedor y, cada vez que lo hacía, Oscar Bonetti, un amigo suyo, le insistía para que le consiguiera la camiseta.

—Mirá, es muy difícil porque no sé qué la ha hecho Diego, pero voy a intentar —le explicó Bottari a su amigo una vez.

A Bonetti esa respuesta no lo conformó. Un día, después de aquellos encargos incansables, Bottari apareció con la camiseta que había usado Maradona y se la regaló. Sin embargo, a la historia de la casaca le faltaba un capítulo más.

Alejandro Rocha, un gomero que tenía de cliente a Bonetti, aplicó la misma estrategia que este con Bottari. Le pidió en reiteradas oportunidades la camiseta, pero Bonetti fue contundente:

—Ni loco te la regalo. Mirá, Rocha, pedime cualquier cosa, pero no la camiseta de Maradona porque con lo que me costó conseguirla, mientras yo viva, la voy a conservar conmigo. No se la voy a regalar a nadie.

Varios años después, Bonetti, a quien le habían diagnosticado una grave enfermedad, apareció unos días antes de morir en la gomería de su amigo Rocha. Para ese entonces, la existencia de la camiseta había quedado en el olvido.

—Rochita necesito que me hagas un favor —se anunció Bonetti.

—Sí, Oscar. ¿Qué precisás?

—¿No me calibrás las cubiertas del auto?

—Sí, cómo no.

—Yo voy a poner a calentar el agua para tomar unos mates.

Una vez que la tarea del gomero había concluido, Bonetti, ya dispuesto a irse, le insiste:

—Che, decime cuánto es por el laburo.

—No, si no cobro para inflar las ruedas del auto.

—Sí, cobrame.

—No, no.

—Bueno entonces te voy a dar un presente —avisó Bonetti.

—Pero no es necesario, Oscar. No me tenés que dar nada…

Bonetti fue hasta el auto y volvió con una bolsa de nylon verde en la mano.

—Tomá, te regalo esto porque ¿sabés una cosa, Rochita? Me quedan muy pocos días, así que te hago este regalo y quiero que lo conserves de por vida.

En la bolsa estaba la camiseta roja, con el número 10 en negro estampado en la espalda, que Rocha conserva hasta hoy.

Fuente: https://elequipo-deportea.com


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