
Por Guillermo Correa
A veces, una esquina es mucho más que un lugar: es un recuerdo, una risa, un baile, una historia compartida. Este texto no es solo sobre un club… es sobre un pedacito de Barrio Norte que ya no está, pero que sigue vivo en la memoria de quienes lo vivieron o lo escucharon contar.
Si fuiste parte de esto, si alguna vez pasaste por ahí, si bailaste, jugaste, o simplemente te sentiste feliz en esa esquina… este viaje es para vos.
“Un lugar, una historia y un montón de recuerdos”
Corría el año 1948. Por aquel entonces, la vida barrial giraba en torno al Molino Fénix.
Era un barrio humilde, de gente trabajadora que, en la búsqueda de un destino común, fundó Barrio Norte.
Aquel 21 de diciembre de 1948, los socios fundadores se reunieron en la casa de Belloso, en la esquina de Gral. Rodríguez y Tejedor, para firmar el acta fundacional.
Cuenta la historia que, ante la ausencia de un lugar fijo, el primer grupo fundador del club se fue reuniendo en diversos comercios y casas particulares del barrio.
La primera sede fue en un pequeño local en Gral. Rodríguez al 600, pero toda la muchachada toma como la verdadera primera sede la que, un 24 de mayo de 1954, se asentó en la Casa Echeverría (Lavalle y Gral. Rodríguez), donde permanecería hasta 1974, año en que se comienza a construir el local propio en Lavalle 131.
Así lo reflejaba el diario Renovación en su editorial del 10 de abril de 1954, donde se contaba cómo el Club, con su presidente Oscar Cavazzoli a la cabeza, llegaba a un acuerdo para que la Casa Echeverría fuera la sede de la institución verdiblanca.
De ese paso por esa popular esquina, quedan los recuerdos de Ángel “Tito” Echeverría, cantinero del Club durante muchos años.
El “Vasco”, como comúnmente era conocido, era un tipo bonachón, amiguero, simpático, jodón, un marido ejemplar —de Celia, y luego de Lita— y padre de Cachito, Marita y Negrito.
Era un BUEN TIPO, con todas las letras.
Miles de anécdotas que he escuchado me lo han corroborado.
Tuve la suerte de conocerlo, ya grande él.
Lo recuerdo con su bastón, sus anteojos grandes y una camperita de hilo azul con algún detalle en bordó.
Siempre lo veía caminando por la vereda de lo que fue su lugar: el Club Barrio Norte.
En ese momento, un edificio ya añejo por el paso de los años, con los vidrios de los famosos ventanales pintados con cal.
De todos modos, él merodeaba por ahí como custodiándolo, y lo miraba como si quisiera que el lugar volviera a brillar como en sus mejores épocas.
Pero claro, si él fue testigo de innumerables acontecimientos:
los famosos danzantes de los domingos, los festejos de la Copa Falcón y del campeonato del ’58, cenas aniversario, elecciones de reinas, carnavales, y muchos más que quedarán en la retina de mucha gente.
Recuerdo que un día lo vi mirando desde afuera hacia adentro por uno de los vidrios.
Dejé que se fuera, y me puse a espiar —la curiosidad me mataba—.
Miré… y vi todo abandonado.
¿Qué miraba Tito?
Me refregué los ojos y volví a mirar.
Y ahora sí, abrí mi mente y lo vi allá a lo lejos, en la cantina, limpiando unos vasos detrás de la barra tapizada en verde, la que estaba después de la arcada y tenía un barral para apoyar los pies.
Esa misma que, en una punta, tenía una moneda pegada con un cable soldado y daba un pequeño cosquilleo a quien intentaba agarrarla.
Miré para un costado y vi a Cachito Echeverría jugando al metegol con amigos, todos pibes del barrio.
En otro lugar se divertían con el billargol, ping pong, naipes y hasta en una pista de carreras de autos.
Vi la estufa de leña prendida, con el escudo del Club pintado y colgado el cuadro de los campeones del ’58.
Algunos muchachos tomaban café en jarrito, sentados en sillas de madera.
Los cortinados largos, la entrada por la esquina, el piso de mosaicos amarillos y negros… todo estaba ahí.
Me metí por un huequito… y me pescó el Vasco.
Pensé que venía el reto, pero no fue así.
Me agarró de la mano y me mostró la vitrina con los cuadros de las reinas y los trofeos: la Copa Falcón, la del ’58, la ganada por la reserva en el ’61 y otra en el ’68.
En una esquina me mostró un equipo de música que se usaba en los eventos.
Le pregunté qué había detrás de una puerta y me contó que había un pasillo que daba a la secretaría, los baños del club y la cocina de su casa.
El patio fue el último lugar del recorrido.
Nos quedamos un rato charlando.
Me dijo que ahí se había hecho la cena de los 25 años de la institución.
Me habló de los carnavales del ’63, los danzantes, los bailes, las despedidas de soltero, casamientos y cumpleaños.
Me contó la anécdota del Rey Momo de los carnavales del ’76, tan grande que no podían sacarlo del salón ya en desuso.
Cuando salimos nuevamente a la vereda, me mostró las mesas redondas de material que había en el frente del Club.
Vimos que se acercaba un carro tirado por un caballo, era el repartidor de soda.
Me dijo que lo esperara un segundo, me miró con una sonrisa pícara y se fue adentro.
Al volver, me dijo que había ido a avisarle a la muchachada que las chicas del barrio estaban reunidas en lo de Camerini.
Y de pronto… el Vasco me soltó la mano.
Su voz se hizo lejana, el bullicio se apagaba, las luces se desvanecían.
Abrí los ojos… y me di cuenta de que todo lo que había ocurrido ya no estaba ahí.
Todo había sido producto de la imaginación.
Pero no lo había sacado de ningún lado: lo tenía en mi cabeza y en mi corazón, porque lo escuché de mi papá, de mi mamá, y de un montón de gente que fue…FELIZ EN ESA ESQUINA.
Pronto vendrán más fotos…más historias de esta hermosa esquina.
Hola Guillermo, no te conozco pero llevás un apellido ilustre de ese barrio. Gracias por traerme a la memoria la anécdota de la moneda. Con unos amigos, entre ellos el Vasquito Maisterra, Eduardo Godoy, el Chino Iglesias, Cachito Acuña, aunque no éramos del barrio, siempre íbamos a jugar al metegol y al villargol, motivo, que era mas barata la ficha que en otros lugares. Y siempre Echeverría, con esa picardía que lo caracterizaba, al comprar la ficha te la tiraba arriba de una chapa que tenía corriente, al igual que la moneda, que hasta que ya conocías la trampa, haciendo el distraído tratabas de agarrarla. Gracias Guillermo. Un abrazo