Campana: una tobillera electrónica adulterada y una familia masacrada por una venganza


Los Mansilla fueron asesinados en julio de 2008. Sus cuerpos aparecieron al costado de la Panamericana. Hubo cuatro personas condenadas. Uno de ellos ya cumplía una pena por homicidio.

Cuando terminó el sepelio en el cementerio privado Parque del Buen Retiro para despedir los restos de Marcelo Mansilla, de 41 años, y de su esposa, Sandra Rabago, de 37, todavía no se sabía qué había pasado con sus hijos. Pero todos esperaban lo peor. Con los padres asesinados de manera brutal, los investigadores no buscaban a Agustín, de 12 años, y Milagros, de 8, con la esperanza de encontrarlos con vida. Buscaban sus cuerpos. Y así fue: horas después la Policía encontró debajo de un puente los cadáveres de los pequeños, quienes habían sido asesinados a golpes, aunque previamente los habían drogado.

El caso de la familia Mansilla se conoció como la Masacre de Campana y conmocionó a la opinión pública en el invierno de 2008. Una presunta venganza terminó con la vida del playero que trabajaba en una estación de servicio Petrobras en Tortuguitas, de su mujer, y de sus dos hijos. Y por ese cuádruple crimen, cuatro personas fueron condenadas y aún hoy pasan sus días tras las rejas.

Los Mansilla habían sido vistos por última vez el 24 de julio de 2008. Aquella madrugada, una banda de ladrones entró a su casa de José C. Paz y se llevaron cautivos a la pareja con sus hijos. También desapareció su Volkswagen Polo.

Cinco días después, mientras un empleado de la empresa concesionaria de la autopista Panamericana limpiaba la zona, a la altura del kilómetro 59,5 y a 150 metros del río Luján, encontró dos cuerpos ocultos detrás de unos pastizales y tapados por mantas, bolsas y basura. El hombre vestía el uniforme de empleado de una estación de servicio, mientras que la mujer estaba semidesnuda. Sus cuerpos estaban maniatados, con cuchilladas y muchos golpes, algunos hechos con un hacha. Eran Mansilla y Rabago.

Horas después, y mientras comenzó una desesperada búsqueda de los chicos, la Policía encontró totalmente incinerado el automóvil del matrimonio en Los Polvorines, lo que hizo suponer que los asesinos quisieron borrar toda huella del lugar.

Descartada la posibilidad de que el matrimonio haya sido asesinado por un móvil “pasional” o por un secuestro, los pesquisas rápidamente apuntaron a unos conocidos de la familia. Varios testigos fueron la clave para dar con Ángel Fernández, quien cumplía prisión domiciliaria por otro asesinato, y otros integrantes de su familia. En su casa del partido de Malvinas Argentinas, habían visto el coche el mismo día en que la familia desapareció.

Al allanar la vivienda de Fernández, los policías encontraron elementos robados a los Mansilla: televisores, un DVD y una computadora. También detuvieron al hermano de su esposa, Oscar Cáceres, que tras el juicio quedó libre de culpa y cargo. De hecho, el testimonio de éste fue clave para las condenas que llegaron tiempo después.

El peor final

Con el paso de las horas, los otros detenidos fueron la esposa de Fernández, Stella Maris Cáceres, y su socio, Daniel Vera. Además, un día después del allanamiento de la casa se entregó su hijo, Cristian Fernández, de 22 años, quien confesó que los pequeños de la pareja asesinada también estaban muertos. En ese sentido, buscó despegarse y dijo que escuchó que los “mataron por bronca” y que arrojaron sus cuerpos “un poco antes” de donde fueron hallados los cadáveres del matrimonio.

Fue allí que los policías retomaron la búsqueda de los niños y el 2 de agosto sus cuerpos fueron encontrados debajo de un puente en el kilómetro 66 de la Panamericana. Estaban tirados en el desagüe de la ruta, salvajemente golpeados. Cómo si fuera poco, aparecieron amarrados por las piernas, con trapos en las bocas y una piedra atada a los pies. Además, la autopsia determinó que habían sido narcotizados antes de asesinarlos.

Más tarde, los investigadores determinaron que Vera habría participado junto a los Fernández del robo y saqueo de la casa de los Mansilla, ya que fue visto por descargando electrodomésticos del auto robado a la familia.

La hipótesis del caso, en su momento, fue que los Mansilla conocían a quienes los mataron desde principios de los ‘90 porque eran vecinos en el barrio. Se sospechó siempre que el móvil del crimen había sido una venganza, ya que supuestamente Rabago había declarado en un juicio contra Fernández. Justamente éste, en momentos del cuádruple crimen, cumplía una condena desde 1991 por una violación y homicidio. Y si bien había sido beneficiado con prisión domiciliaria en 2007 y debía ser monitoreado por una tobillera electrónica, la adulteraba para poder salir de su casa.

En un juicio realizado en 2011, el Tribunal Oral en lo Criminal de Zárate-Campana, condenó a los tres hombres por los cuatro “homicidios calificados por el concurso premeditado de dos o más personas con alevosía”, luego de privar de la libertad a sus víctimas y robarles. En esa misma sentencia, la esposa de Fernández, también fue hallada responsable de los cuatro homicidios, aunque en su caso no se acreditó culpa en la “privación ilegal de la libertad” de los Mansilla. En 2018, la Suprema Corte bonaerense confirmó la condena por lo que los culpables seguirán muchos años más tras las rejas. (DIB) FD


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