La mitad de las 150 millones de toneladas de granos cosechados en la última campaña no tendría donde guardarse si no fuera por esta herramienta.
Según fuentes de la industria de silobolsas, se han vendido unas 450.000 unidades, suficientes para almacenar 90 millones de toneladas.
Unidos quizá más por el espanto que por el amor, todas las entidades de la cadena agroindustrial reclamaron al gobierno medidas concretas contra la inseguridad rural. La respuesta vino enseguida, desde los distintos poderes, lo que fue bien recibido por el sector.
La inseguridad se extiende por toda la geografía rural, pero lo que enervó hasta límites peligrosos fue la imagen ominosa de las silobolsas despanzurradas, que se viralizaron en las redes. La intención explícita de quienes fogonearon los atentados es marcar que los propietarios de los bolsones son viles especuladores que encanutan la soja para dejar al gobierno sin divisas y obligarlo a devaluar. No vale la pena contrarrestar estos argumentos infantiles. Es más productivo meterse en el significado del silobolsa en el sistema de almacenaje, logística y comercialización de granos en la Argentina. Y en el mundo.
Voy a hacer un poco de historia, continuando la saga de mi nota del newsletter del martes pasado, que ahora está en la web de Clarín Rural. Recuerdo que cuando empecé en el agroperiodismo, hace ya casi medio siglo en estas mismas páginas, el tema obligado cuando llegaba la cosecha de trigo era la falta de capacidad de almacenaje. En los 70 producíamos 30 millones de toneladas. La capacidad de almacenaje era insuficiente para guardar esa cosecha. Era usual hacer montones en los campos.
Todos los años se anunciaba la construcción de megaplantas de silos por parte de la Junta Nacional de Granos, que monopolizaba los puertos. Pero nunca había financiamiento. “Por suerte”, el volumen de la cosecha crecía a un ritmo muy pobre. Faltaba tecnología, no usábamos fertilizantes, nuestra genética era defensiva. El trigo rendía un tercio del promedio europeo. El maíz, la mitad que el del corn belt. Y no había soja, recién hacía sus pininos.
“Debemos avanzar hacia una agricultura climáticamente inteligente”
Así y todo, seguíamos amontonando granos a la intemperie. El mayor avance fueron los “silos austalianos”, que importó la JNG a fines de los 80. Eran muy rudimentarios: unos grandes rectángulos conformados con mamparos de madera que hacían las veces de paredes, y al centro se volcaban los granos y se tapaban con lonas (no siempre). Algo era algo. Pero se usaron poco y nada.
Con la desregulación de los puertos y la disolución de la JNG, en 1991, la cuestión comenzó a mejorar. Se desencadenó la construcción de puertos privados y plantas de molienda de soja, cuya producción comenzaba a crecer a los saltos. Y llegaron la siembra directa, la soja RR, los híbridos simples de maíz, los trigos franceses. Crecían también el girasol, el arroz y la cebada. La epopeya de la Segunda Revolución de las Pampas. En el 2000 estábamos en 60 millones de toneladas, y todavía se veían montañas de granos en silos tipo australianos en algunas estaciones de tren. Y allí llegó el invento del silobolsa.
Este año cosechamos 150 millones de toneladas y los únicos granos que están a la intemperie son los de esos 60 bolsones rotos por manos todavía anónimas. Según fuentes de la industria de silobolsas, se han vendido unas 450.000 unidades, suficientes para almacenar 90 millones de toneladas. Es un dato teórico, porque cada bolsón tiene una capacidad máxima de 500 toneladas. Más realista sería tomar un 20% menos. Es decir, 72 millones de toneladas.
En otras palabras, la mitad de la cosecha no tendría donde guardarse si no fuera por esta maravillosa herramienta. Que no solo resuelve el problema del almacenaje, sino de la logística. E implica enormes ahorros en infraestructura. Para el contratista de cosecha, significan más horas de trabajo por día, porque no tiene que parar por falta de camiones. Para los puertos, la posibilidad de recibir camiones sin cuellos de botella. Se fabrican en un puñado de plantas super competitivas y tecnológicas en el interior: Tierra del Fuego, La Pampa, San Luis. Y se exportan a más de 50 países, entre ellos Australia, que tras el fracaso de tres cosechas al hilo se apresta a levantar una buena campaña de trigo. Sin silos australianos. Con silobolsas argentinos.
Vía: Clarín