Lobby, acción colectiva y bandidos sedentarios


Mancur Olson fue un economista que describió el comportamiento de algunos actores económicos. La denominó como “la lógica de la acción colectiva”. Se refería a grupos conducidos por un interés común, con pocos integrantes (ahí el secreto), que logran ponerse de acuerdo para obtener subsidios o prebendas a instancias de otros.

Por Santiago del Solar

Para que se cierre este círculo, y logren su cometido, los que van a transferir sus recursos a los primeros, tienen que sí o sí, estar atomizados para ser presa mas fácil. La asimetría en cantidad de integrantes de un lado y del otro, hace que la aritmética de la división del botín incline a la balanza para el lado de los que son menos y están mejor organizados.

En la Argentina, históricamente estas cuestiones han sucedido, pero las condiciones políticas actuales son sumamente fértiles para que aceleren esta perniciosa tendencia.

En numerosas ocasiones me referí al “diferencial aceitero” que hoy es un 2 % del valor FOB de la soja. Cuestión que había sido eliminada en 2018, y fue restablecida por el gobierno de Alberto Fernández antes de que se cumpliera el primer año de su mandato.

En dinero en juego (ese 2 %), a valores actuales estamos hablando de aproximadamente de unos 400 millones de dólares al año, que se transfieren vía una regulación desde el chacarero al sector aceitero. Una cifra que, dividida por los 42.000 productores de soja argentinos, serian unos 9000 dólares (promedio aritmético) por año y por productor. No es una cifra menor.

Pero lo realmente determinante para que prospere la “acción colectiva” y se consiga la prebenda, es que del otro lado del mostrador (industria aceitera), alcanzan los dedos de las manos para contar los beneficiaros de esos 400 millones de dólares que están en juego. Ahí la cifra individual es bien jugosa. Ese es el detonante, y a su vez el aglutinante. Son pocos, y de esa manera es más fácil organizarse en la repartija. La caja es suculenta, y permite financiar comunicación tendenciosa, contratar lobistas (o similar), disponer de recursos para estar cerca de donde se toman las decisiones en los distintos poderes públicos, y así inclinar la balanza hacia el lugar que más convenga a ese grupo de acción colectiva.

En la carne
Recientemente sucedió algo que también encuadra en un caso de “acción colectiva” en otro rubro agropecuario, como lo es el caso de la carne bovina. Conocedores de para qué lado están los objetivos del Gobierno, presentaron una “solución” al tema un puñado de frigoríficos exportadores.

El esquema, logra satisfacer al menos en lo retorico a los objetivos del Gobierno, y a su vez encaja de manera perfecta con el grupo de acción colectiva de estos pocos frigoríficos beneficiados. Pero ¿quién paga la cuenta? Es simple: otros frigoríficos, matarifes, consignatarios, consumidores y productores que, no solo no son invitados al festín, sino que ellos son el festín.

Recientemente, y publicado en este medio, la Fundación Pensar presentó un trabajo donde queda claro que para un productor argentino le cuesta hasta el doble (medido en producto) poder acceder a la misma tecnología que logran sus pares en Uruguay, Brasil o EE. UU. El caso de los 200 mil tractores, o las 23 mil cosechadoras que tienen que ir renovándose en argentina son víctimas de este sistema.

Lo mismo las computadoras, o los monitores de rinde, o cualquier otra tecnología. Por poner delante la protección de unos pocos ensambladores locales, atrasa a todo un sector dinámico y productivo, generando pérdidas netas al país. Lo mismo se pude decir del sector automotriz, textil y de la economía cerrada argentina donde estos grupos se benefician a costas del consumidor a través de la falta de competencia.

Mancur Olson menciona que para que se den y prosperen estas estructuras extractivas, lejos de la formación transparente de precios, y actividad de libre mercado, tiene que haber autoridades que se comporten como “bandidos sedentarios”.

Puede sonar un poco fuerte lo que Olson dice. Pero es un poco mejor que el concepto de “Bandido nómade”, por el cual al estilo Gengis Khan se saquea y arrasa la tierra y no queda más para extraer, lo cual obliga mismo al saqueador a ir a otro lado.

Paro el caso del “Bandido sedentario”, es distinta, ya que quiere coronarse, perpetuarse, y necesita recaudar, y para eso utiliza la asociación con los “Grupos de acción colectiva”, vía una burocracia que es la que genera las normas ad-hoc para satisfacer la demanda de estos grupos y desviar las cargas a otros.

¡Pero mucho cuidado! La sumatoria de estas acciones predatorias, como también lo son la intervención en los trenes e hidrovía, tiene un límite de lo que puede soportar un país. Nadie está exento de la depredación, ni siquiera quien pacta con el depredador y se cree seguro. No sea que el “bandido sedentario” termine adoptando la actitud del “bandido nómade”. En ese caso los impactos son irreversibles.

El autor es productor agropecuario

Fuente: La Nación Campo


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